CRIMEN CONTINUO.

Los esfuerzos dirigidos hacia el futuro son desplantes ante un pavoroso espejo que prescinde de juicios y solo se dedica a ser una cámara de vigilancia a la altura de cada ladrón. Todas esas posturas, todas esas genuflexiones soberbias, ese masticar entre líneas, esas miradas de duelo del oeste, todo ello es recogido por el espejo que derrama la arena como un mal menor, como un simple chiste anecdótico que debe registrar en su constante vigilancia de lo cotidiano. Está en su naturaleza desplegarse sobre la línea temporal y mostrar sus acciones al arrepentido proyecto de criminal, que asiente ante una rueda de reconocimiento en donde todas las caras son culpables o lo serán en cuestión de segundos.

Todos nuestros movimientos, todas las poses, el sacar músculo, la lengua, el corazón y las vísceras, todo ello poco importa cuando el espectador es uno mismo y no termina de creerse la función.
Como asomarse a un monitor de vigilancia a registrar tus propias payasadas con un segundo de distancia.

Querer verte a ti mismo, cuadricularte en el tiempo, duplicarte en el continuo, visitar a un antiguo compinche en una cárcel lustrosa con pantalla de plata y preguntarse por qué se hizo aquel crimen.

Y responderte, desde dentro de la cárcel del tiempo pasado, que no fue tal.

Que fue una broma.

ALLÍ HABRÁ DRAGONES.

La práctica imposibilidad de conocer lo que ha de venir nos beneficia a corto plazo, pues es el largo plazo, el cierre de cuentas, lo que nos asegura que todos los filamentos vitales desembocan en el mismo páramo invisible. La pausa momentánea, el día que ha de venir, la siguiente respiración la damos por segura, pero también damos por segura nuestra práctica desaparición y es curioso que eso no nos tenga corriendo en círculos mientras buscamos una solución mágica.

Quizás no hacemos otra cosa durante nuestra pernoctación que asegurarnos la trascendencia individual. Que el huésped de esta pequeña habitación calcárea y cárnica será, al menos, recordado en un cuadriculado libro de registros y que nuestra anterior existencia será algo comprobable a poco que nos paremos a mirar las filas de números y letras, para saber con qué nombre tendremos que referirnos a los que ya han partido.

Quizás el ser humano no haga otra cosa que retrasar lo que desconoce, aferrándose a un control perentorio y fútil, creyendo con eso que es capitán de un navío cuyo miedo flota en el interior de la bodega cubierta por costillas. Un barco que va a desembocar en el limbo de los monstruos donde alguien, con sutil elegancia, decidió que plantaría los dragones para que nadie tuviese la intención de ir o, más bien, fuese su última intención.

La vida es plana y todos terminamos naufragando más allá del borde.

ARQUITECTURA A LA CARRERA.

La arquitectura pretende copiar el verde natural y solo puede plantar grandes muros de un color mohoso y desvaído, apenas cercano al color de la hierba bajo un manto de niebla matinal. El ejercicio constructivo corre en dirección contraria de la memoria, llevando bajo el brazo ásperas fotocopias de casas que no fueron. En eso se basan para apedrear el suelo con sus compuestos estructurales, olvidando a propósito que van a ser anidadas por humanos, no por limpiadores robóticos que aspiran a cartografiar las esquinas milimétricas de un piso céntrico.

Cuadriculando el papel aspiran a fomentar un hogar en el que los muros atrapan los sueños con amuletos de gavillas de forja y papeles notariales que se estremecen con los vientos de crédito. Corren los arquitectos en busca de nuevas tierras sin terminar de perfeccionar las anteriores, dejando parcelas enteras de pausas asfaltadas con ruinas, endebles verjas metálicas y mohosos anuncios del próspero porvenir.

eL arquitecto pretende copiar a la naturaleza y solo puede plantar grandes muros para un vivir mohoso y desvaído.

TIEMPONTOJO.

La pintura incluye un trampantojo temporal que no puede ser descubierto tanteando su marco con la yema de los dedos. Al ser un ejercicio egoísta de reverberación en el tiempo, no puede medirse con exactitud su duración. Un acto aún más exhibicionista que escribir, pues se reta al que pasa por delante a observarlo incluso sin intención.
Por más que quiera, un libro no puede obligarte a abrir sus hojas.
Una ventana suspendida en la pared del tiempo a la que asomarse para que las pupilas roten sobre pinceladas y conecten con el instante en el que se extendieron sobre el lienzo. Un aquí, ahora, después y siempre. El mapa de un sueño clavado en un bastidor que le impide disolverse en las orillas de la memoria.
Es el pintor colgado, desnudo, en la pared de un museo.

ESCONDITE ABIERTO.

La mejor manera de esconder algo en lo más profundo es publicarlo en una red social con un lenguaje hermético. Es como exponer los delitos y las faltas en un crucigrama colgado en el cristal de la ventana.

Pocos miran allí. Nadie se entretiene en desentrañar el misterio. Y si alguien pierde su valioso tiempo tratando de desmarañar los pensamientos de un extraño llegará a la conclusión equivocada de un crítico de arte que vuelca sus propias ideas sobre la obra de un artista muerto.

Si tan solo se parase en los valles y montañas de las letras y supiese ver el mecanismo desesperado que las mueve llegaría al convencimiento de que él mismo las escribió. Porque no hay asunto del alma que nos pueda parecer ajeno.

Solo debemos traducir un acertijo colgado sobre nuestras cabezas.

Extraños símbolos escritos en un papel colgados en una ventana.

TERAPIA.

Las coordenadas cerebrales pueden observarse a través de una estrecha rendija. Al ser singular, impide emular la prueba de doble ciego, con lo que no podemos saber si el pensamiento es a la vez idea y acción.

De alguna manera convenzo a la máquina interna de sentarse en un diván. Cierro la puerta y apago la luz. Si sobrevive a esa sesión de terapia extrema, tal vez pueda observar en sí misma dónde comienza la idea y dónde el miedo. Donde la elucubración y dónde el plan. Si es más fuerte el ansía o la cautela.
Es mi manera de hacerlo. Un autosecuestro volcado sobre un órgano, como si este fuese último responsable del devenir de la empresa corpórea. Pedirle las cuentas administrativas a quien está en la cúpula del triángulo por mera posición fisiológica.
Que la mente, interrogada, descuelgue un teléfono de carne e intente ponerse en contacto con el alma. Como si no la tuviese dormitando dentro y fuera. Como si esta no existiera.
Y emplazar a la junta de accionistas vitales a una última reunión, donde hacen acto de presencia los miedos, las ganas, los recuerdos y los instintos. Todos discutiendo mientras los cimientos de barro de su gran empresa se hunden, dejándolos cada vez más cerca del fango.
Una pugna por hacerse con la mayor parte de las acciones de una sociedad marchita.

Abro la puerta. El cerebro está allí, en la misma postura. Ha podido verme a través de las intenciones. Puede ver a través de mí. Sabía que abriría la puerta.
Sabía que la terapia no estaba teniendo lugar en aquella habitación oscura.
El examen se estaba realizando en el pasillo.

TRABAJOS EN PENUMBRA.

Ejercer la escritura desestructurada equivale a llamar a una asesoría legal a las doce de la noche.
Organizar los ficheros de facturación del último trimestre siguiendo el orden de un sueño.

Ordenar un relato lógico tomando como único recurso la abstracción invertebrada.
Trazar los planos de un edificio mediante la escritura automática.

Conceder permiso a la mente para ausentarse.
Teclear. Trazar.

Convertirse en un trasunto de medium que solo tiene conexión consigo mismo en un plano lógico que está a unos centímetros por encima de su cabeza. Invención luminosa disfrazada de halo de santidad. Un uroboros sintáctico que empieza y acaba en sí mismo. Un mensaje que no irá a ninguna parte proveniente de la suspensión del tiempo.

Trazar. Teclear.
No estar mientras se escribe.

Convertirse en un contable de palabras que las plasma sobre el papel dormido.
Vulnerar el ordenamiento lógico certificando la legalidad de sopas de letras sin resolver.

Evocar a la escritura desestructurada equivale a llamar a un despacho a las doce de la noche.
Y que sea uno mismo el que conteste al teléfono.

SOLES DE PAPEL

El acontecer egocentrista concéntrico tiende a generarse la falsa sensación de que el superviviente es responsable, en alguna medida, de todo lo que sucede en su órbita.


Por acción, omisión o mera apetencia desidiosa, las faltas que no son atribuibles al semejante son aplicables por perceptor. Un sol de corazón congelado que acarrea con la culpa de lo que sucede en su sistema.
Y quiere alumbrar más, a costa de enfriar más su núcleo. Gastarlo todo en emitir. Consumirse.
Precipitar su propia inexistencia. Sabiendo, quizás temiendo, que después de él pervivirá en la memoria.


Pero poco calientan los soles de papel.
Solo cuando se queman.

Acuarela de un sol rojo que parece derretirse sobre un mar gris que es apenas un trazo.

TRUCO

El público estaba expectante. Blancas canicas flotaban sobre los asientos con admiración. Pedían el siguiente truco. Otro más.
En el escenario, el mago se palpó los bolsillos secretos. Se había acabado la función, no habían más artificios.
El público vociferaba. Se removían en los asientos. Pedían otro truco, otro más.
El mago hizo pasar una caja oscura con aspecto de ataúd.
Se metió en el interior.
Pidió silencio.
Tras unos segundos, salió del interior de la caja tramposa. No había peticiones, ni murmullos, ni ojos con brillo infantil ansiando ilusiones nuevas.
El público había desaparecido.
Saludó a las butacas vacías.
Sonrió.

AUTOPRONÓSTICO.

Trato de describir ese temporal que se advierte en la lejanía con el afán de un meteorólogo no comprometido que se conforma con tener predicciones antiguas con las que comparar las nubes pretéritas. Un vértice de altas presiones aprieta sin descanso en la llanura con persistencia de martillo romo, aplicando presión inmisericorde que solo se disipa cuando, aún presente, los habitantes se acostumbran a ella. De cuando en cuando se percatan que aún viven bajo el golpeteo constante que desaloja el oxígeno. Sin embargo están acostumbrados a ello. Una borrasca húmeda y espesa corona la montaña. Apenas deja brotar el sol que derrite la cumbre un palmo para, en la siguiente racha de aire, volver a taparse como si el pico no quisiese ver ni entender de nada, solo centrado en aguantar el penacho de nieve sin el cual apenas sería espigada, estriada y desgastada cima.


El tiempo apenas cambia y, si lo hace, los habitantes no se atreven a paladearlo. No desean correr el riesgo de advertir que otra climatología es posible. Un día despejado pondría en peligro la supervivencia en los restantes días oscuros y pantanosos.


Con este panorama, para ese meteorólogo no comprometido es sencillo dar el pronóstico de mañana.


Le basta con comprobar sus notas antiguas y comunicar una al azar.